Proyectos de Lengua y Literatura
Senderos de Esperanza
Por Emilio Ordóñez
En las profundidades de la Sierra ecuatoriana, donde el verde de los bosques se funde con el azul del cielo y el aire fresco cargado de aromas naturales, lo cual llenaba los pulmones de vida. Allí se encontraba el pequeño pueblo de San Miguel. En este rincón remoto, alejado del bullicio de las ciudades, vivían Pablo y su abuelita Gabriela, rodeados de la exuberante naturaleza y las ancestrales tradiciones de su comunidad.
Pablo, un niño curioso y de risa contagiosa, pasaba sus días explorando los senderos que serpentean por las montañas y los campos. Él siempre estaba acompañado por su abuela Gabriela, una mujer de cabellos plateados y sonrisa cálida, que era venerada en el pueblo por su sabiduría y su amor incondicional.
Un día soleado, mientras recolectaban hierbas medicinales en el bosque, se encontraron con Mateo. Quien era un turista perdido que deambulaba entre los árboles con un mapa arrugado en la mano y una expresión de desconcierto en el rostro. Conmovidos por su situación, Pablo y Gabriela se acercaron para ofrecer su ayuda.
-¿Estás perdido?, preguntó Pablo con curiosidad, mientras Gabriela asentía con una sonrisa amable.
Mateo suspiró aliviado al ver a aquel par de buenos samaritanos. Además, les explicó que se había aventurado en el bosque, en busca de un antiguo templo, pero se desvió del camino y no sabía cómo regresar.

Sin dudarlo, Pablo y Gabriela se ofrecieron a guiarlo de vuelta al pueblo. Durante el camino, Mateo les contó sobre sus viajes por el país y su preocupación por la pérdida de las tradiciones y la cultura en las zonas rurales. Pablo y Gabriela escucharon con atención, compartiendo sus propias experiencias y reflexiones sobre el tema.
Al llegar al pueblo, Mateo muy agradecido por la ayuda recibida, les propuso una idea que cambiaría sus vidas para siempre. «¿Qué tal si trabajamos juntos para preservar las tradiciones de este maravilloso lugar?», sugirió con mucha emoción.
Pablo y Gabriela aceptaron emocionados la propuesta. Juntos, organizaron talleres de artesanía, donde los lugareños aprendían a tejer cestas, tallar madera y crear vasijas de barro, como lo habían hecho sus ancestros. También celebraron festivales tradicionales, donde la música, la danza y la gastronomía local cobraban vida, atrayendo a visitantes de todas partes.
El turismo responsable se convirtió en una realidad en San Miguel, con Mateo como embajador de la comunidad en las redes sociales y medios de comunicación. Pronto, el pueblo comenzó a florecer nuevamente, no solo económicamente, sino también en términos de orgullo, unión y solidaridad entre sus habitantes.
Con el paso del tiempo, Pablo, Gabriela y Mateo se convirtieron en una familia, unida por el amor a su tierra y la determinación de preservar su patrimonio cultural. Cada año, al llegar la temporada de lluvias, cuando los campos reverdecían y las flores silvestres florecían en los prados, celebraban juntos el renacimiento de San Miguel y renovaban su compromiso con los senderos de esperanza que habían trazado juntos.
Y así, entre risas y abrazos, los senderos de esperanza se abrieron ante ellos, iluminando el camino hacia un futuro donde las raíces de la tradición se mantenían firmes, alimentando el alma de un país que nunca olvidaría su historia.
Entre surcos de desesperanza
Por Allison Quinde Fuentes
En lo profundo de los valles andinos, donde el sol se levanta tímido sobre los picos nevados, se extendía la hacienda de los Gómez. Allí, entre surcos de tierra reseca y montañas que se alzaban como guardianes silenciosos, habitaba una comunidad de campesinos olvidados por la mano del progreso.
Entre ellos se encontraba María, una joven de mirada cansada y manos ásperas de tanto trabajar la tierra. Desde temprana edad, había aprendido que la vida en la hacienda no era más que una sucesión interminable de días de sol abrasador y noches de frío intenso.
La familia de María vivía en una pequeña choza de adobe, donde el viento se colaba entre las grietas y el hambre acechaba constantemente. Su padre, Pedro, era un hombre de pocas palabras y muchas preocupaciones, que día tras día se marchaba al campo a labrar la tierra sin descanso.
Los Gómez, dueños de la hacienda, no mostraban compasión alguna hacia los campesinos que trabajaban en sus tierras. Exigían jornadas interminables de trabajo a cambio de un puñado de monedas que apenas alcanzaban para subsistir. La injusticia reinaba en cada surco, en cada rincón de la hacienda.
Una mañana, mientras María recogía leña en el bosque cercano, escuchó murmullos de rebelión entre los campesinos. Hartos de la explotación y la miseria, habían decidido alzar la voz y reclamar sus derechos. María se unió a ellos, sintiendo que era hora de poner fin al yugo que los oprimía.

Los Gómez, enterados de la revuelta, respondieron con violencia desmedida. Enfurecidos, enviaron a sus matones para aplacar la rebelión. Golpearon a los campesinos sin piedad, sembrando el terror entre las filas de los que luchaban por un futuro digno.
María, herida pero decidida, lideró a su gente hacia la hacienda de los Gómez en un acto de valentía desesperada. Con lágrimas en los ojos y rabia en el corazón, exigieron justicia ante las puertas de los opulentos caserones de los terratenientes.
La respuesta de los Gómez fue aún más cruel de lo esperado. Ordenaron a sus hombres abrir fuego contra los campesinos indefensos, sembrando el caos y la muerte en la hacienda. María, viendo caer a sus seres queridos a su alrededor, sintió que el mundo se desmoronaba bajo sus pies.
En medio del horror y la desolación, María alzó la voz una última vez, clamando por un mañana donde la justicia y la igualdad fueran más que simples palabras vacías. Sus palabras se perdieron en el eco de la tragedia, pero su espíritu de lucha quedó grabado en los corazones de quienes sobrevivieron a aquel fatídico día.
La hacienda de los Gómez quedó sumida en el silencio, pero la llama de la rebelión seguía ardiendo en los corazones de los oprimidos. Entre surcos de desesperanza, surgía la semilla de un futuro donde la dignidad humana prevalece sobre la injusticia y la opresión.
El Silencio de los Andes
Por Sara Párraga
En un pequeño y pintoresco pueblo andino, donde el viento susurra secretos antiguos entre las cumbres de las montañas y las estrellas parecen tan cercanas que podrías alcanzarlas, vivía Rosalía. Era una mujer de cabellos plateados como la luna y ojos cansados pero llenos de una sabiduría innegable.
Su vida era sencilla, transcurría entre los cultivos de papa y maíz que se extendían como un manto verde y dorado sobre las laderas de las montañas, y las noches frías al lado de la chimenea, donde el fuego danzaba al ritmo de las historias que contaba a sus nietos. Pero detrás de su sonrisa serena, su corazón albergaba una pena profunda, una historia que se tejía en los hilos del tiempo y se reflejaba en sus ojos cuando miraba las montañas. Era la historia de una tierra amada, una tierra que había sido su hogar, su sustento y su refugio durante décadas.
El conflicto surgió cuando Don Elías, un terrateniente ambicioso y sin escrúpulos, puso sus ojos en las fértiles tierras que Rosalía y los otros campesinos habían cultivado con tanto amor y esfuerzo. Quería expandir sus dominios y construir una mina en las faldas de la montaña, sin importarle el daño que causaría al paisaje ni a la vida de los campesinos. Los campesinos se resistieron con todas sus fuerzas, pero la ley parecía estar de parte de Don Elías. Rosalía se encontró en una encrucijada, debía decidir si luchar por su tierra, por su hogar, o ceder ante la injusticia y el miedo. No fue una elección fácil, pero Rosalía era una mujer de coraje.

En el desenlace del cuento, Rosalía, guiada por su amor a la tierra y a su pueblo, convoca a los campesinos en una asamblea secreta en la iglesia del pueblo. Allí, con lágrimas en los ojos y voz temblorosa, pero firme, relata la historia de su esposo, desaparecido durante la dictadura. Su cuerpo nunca fue encontrado, pero ella sabe que yace en algún rincón de los Andes, la tierra que tanto amaba.
Los campesinos, con el recuerdo de sus propios seres queridos desaparecidos aún fresco en sus corazones, deciden unirse en una huelga pacífica. La noticia llega a la ciudad y los medios se hacen eco de la lucha de los olvidados. Don Elías, presionado por la opinión pública y la fuerza de la resistencia campesina, renuncia a su proyecto minero. Rosalía, con lágrimas de gratitud y alivio, planta una nueva semilla en su tierra, un símbolo de esperanza y resistencia.
Así termina El Silencio de los Andes, un relato que nos recuerda que la verdadera riqueza está en la tierra que pisamos, en el amor que le tenemos y en la memoria de quienes lucharon por ella.
Oscuridad de Blancos
Por Xiara Mendoza
Al compás del vals se flipan y se desnudan como una vulgar pasarela de locos que salen a la luz revelando la encarnación de lujuria, por el camino del pecado dirigiéndose a una iglesia abandonada por la noche llena de desdicha sobre un héroe condecorado y la mujer de color a quien le quito la pureza.
Desde ahí inició la tragedia que resultaría una comidilla para la chusma del vecindario.
Es el año en donde el racismo era considerado la inferioridad de una raza que no tenía ni voz para los pueblerinos y peor para la nobleza que se creía tener sangre azul por linaje y las riquezas que robaban al más obrero de la jerarquía romana, sin saber que es una simple fachada para el resto de tontos e ignorantes que fingen el maltrato de su patrón ante los ojos de un puritano que se decía ser mesías en la tierra, en una mano tienen un amuleto que significa la maldición y en la otra un cuaderno forrado con cuero que desborda tanta blasfemia contra las manchas de sangre por el sufrimiento que género el rey del póker y la acusación de un guambra de 17 años.
Las decadencias pasaban de dos en dos por la hambruna y pobreza, cuando sucedió algo que dejó a todos pasmados.
Manos cafés tocaron la suave y tenue brisa de un guagua mulato, sin ser reconocido por el apellido de un diablo vestido de seda que lo dejó todo a la suerte de la vida.
-Ay mijita que lindo salió el muñeco igualito a su merced
-Gracias madrina, ya toca mi turno para servir mi cuerpo en bandeja a los pastusos de la región, cuide de mi bendición
-No dejarás que la concepción vuelva a suceder por error
-La esclava salió en silencio de la posada y no dijo nada
Mientras que en la capital llena de serpientes, hubo otro acontecimiento.
-Ya dio a luz la señora de la casa.
-¿Y es el que llevara mi honorable apellido a la gloria?
-Me temo que es con la que debe elegir un adote mi señor.
-¡Qué has dicho! Cómo es posible que no tenga un heredero legítimo, ya me hiciste cabrear todos lárguense de esta habitación ¡Ahora!
-¿Cariño que pasa por qué tanta agitación, es que acaso ya te contaron?
-Mira maja me has decepcionado, con tanto que hemos esperado esto y me sales con semejante hostia.
-La hembra solo agacho la cabeza como perro arrepentido con el rabo entre las patas por lo que había dicho el patriarca.
Después de lo que sucedió en la casona, ya pasaron como diez años de tantas aventuras por parte de los rebuscados y nunca se dio a conocer nada.

En la cena de nochebuena mientras se atragantaba con la comida en los dedos y con las trompas llenas de bebiones, eso parecía un comedor de hienas sedientas de poder.
Se hizo la primera presentación a sociedad para las chavalas de 15 años ante la aprobación de la mujer con peluquín y un lunar sobre la bemba, ella era la consorte de la máxima autoridad en la realeza por la corona, eso parecía más bien una cacería de brujas para las pobres chiquillas que no sabían ni ser matronas a esa edad de oro que se le decían, ellas solo pensaban en tener alhajas, pinturas y lujosas vestimentas hechas por las mejores modistas de la colonia.
Al sonar las cuerdas de una carta escrita bailan y ríen ante sus posibles pretendientes y futuros maridos que se les bajaba la canoa, tras cada suceso de esa velada sale una doncella como en los cuentos de hada era única e inigualable cada galán se les iban las babas solo por ver sus pigmentos fragantes y sus cabellos rojizos.
Un mesero se tropieza con la noble y toda la muchedumbre ve lo imprudente que fue al insultar a la hija del coronel Castilla quien se suponía estar comprometida con un gordo bolsón dueño de un banco.
-Me disculpo señorita, se lo ruego tenga piedad de un analfabeto que no sabe cuál es su posición en la cadena social
-Levántese que solo está haciendo el ridículo besándome los pies con esa sucia boca
El arrebato fue lo peor que le pudo suceder a Dorothy, desde ese momento decidió que él sería su juguete por semejante falta de respeto y no se lo iba a pasar por alto, pero lo que ella no sabía es que sus ojos estaban destinados a ser deslumbrados por la inocencia del mulato.
Poco a poco ella tenía sentimientos por Bakari después de que lo encerrara en la hacienda con candado y esposas como símbolo de opresión, los insultos era su forma de decir que lo deseaba más que a nadie y que él sería solo para ella, era un tema de posesión. Cada mañana le pedía a él que le bañara todo su cuerpo desnudo con miel, leche y pétalos de la manzanilla, en un pequeño desliz ella lo sedujo ante sus encantos y lo que pasó en la tina fue como ver a dos amantes besar a una viuda negra.
La gargantilla que colgaba los pulmones de dos hermanos de sangre, que ya habían hecho un incesto y engendro al hijo de lucifer se lo condena a una muerte segura por el precipicio de los valores dados por los promiscuos de aquella noche.
Las verdades salieron a la luz, tras eso el juicio fue colgarlo por adulterio y desear a la prometida de otro hombre, además tener una cría con la mujer blanca, el sacerdote dijo “los negros han traído vergüenza a este mundo, son como animales en un lugar en donde la letra entra con sangre, así tendrán que entender quién manda en lo más alto de la punta de las respingadas narices alzadas”.
Echaron candela tras el llanto de una madre y el desamor de la hermanastra, junto la dicha de un padre que con tanto clamor pidió tener un varón y ahora solo tiene cenizas de ello.
El muchacho de color grito en la hoguera “No soy descendiente de esclavos, Yo desciendo de seres humanos que fueron esclavizados, por ustedes impíos de caras mestizas”.
Bajo el sOL DE LA INJUSTICIA
Por Gabriel Zabala
Bajo el sol de la injusticia, en los campos áridos del valle, donde el sol castiga sin piedad y el viento susurra historias de sufrimiento, se alzaba un pequeño pueblo llamado Esperanza. Allí, entre las sombras de la desesperación, vivía María, una joven campesina de mirada cansada y manos ásperas.
María, hija de migrantes, luchaba por sobrevivir en condiciones injustas junto a su compañero de trabajo, Pedro, y otros trabajadores del campo. El dueño de las tierras, Juan, un hombre sin escrúpulos, los explotaba con jornadas extenuantes bajo el sol inclemente, mientras les pagaba salarios injustos que apenas alcanzaban para subsistir.

La presión del patrón y las condiciones inhumanas en las que vivían despertaron en María y Pedro un sentimiento de rebelión y deseo de justicia. Cansados de la opresión, decidieron unirse a sus compañeros para luchar por sus derechos y dignidad.
Con valentía y determinación, María, Pedro y los demás trabajadores desafiaron a Juan y exigieron condiciones laborales justas. A pesar de las amenazas y la resistencia del patrón, su resistencia no flaqueó. Finalmente, su persistencia dio frutos, y lograron la liberación de la explotación.
Aunque las condiciones en los campos seguían siendo duras y la lucha por la justicia era una batalla continua, la valentía y determinación de María, Pedro y sus compañeros inspiraron a otros a unirse a la causa. Su historia se convirtió en un símbolo de resistencia y esperanza para todos los que luchaban por un mundo más justo y equitativo.