
Era un día como cualquier otro, con la cabeza en las nubes, caminaba al parque, y algo me llamó la atención, justo en medio del camino que había cruzado innumerables veces, se encontraba una puerta en la nada. Una puerta antigua, de madera, que no se mezclaba con el entorno, como si hubiera sido colocada por error. No era la parada a la que nadie ingresaba y salía, no era una puerta que recordara, y no era una puerta que honestamente, quisiera recordar.
Estaba cerrada, pero algo al respecto había en ella. Como si algo me atrajera, como si ya estuviera esperando. No sé por qué, pero de alguna manera sentía que debía abrirla, sin pensarlo dos veces, me acerqué, tomé la manija y la giré, y lo que vi al abrirla no fue lo que esperaba en absoluto. No había una habitación aquí, ni un pasillo familiar, ni un parque al que había ido tantas veces antes. Cruzando el umbral, en lugar de árboles y bancos, el parque se transformaba en una vasta pradera de hierba dorada, bajo cielos en un tono de azul más brillante que el habitual. A lo lejos, una montaña se erguía majestuosa, su cúspide desapareciendo en un resplandor deslumbrante.
El aire estaba impregnado de un aroma fresco y dulce, similar al de la tierra húmeda con un toque de flores exóticas. Cada paso que daba en ese lugar revelaba un suelo suave y esponjoso, casi como si estuviera caminando sobre nubes. Sin embargo, a medida que avanzaba, el paisaje se tornaba más insólito. Figuras de colores vibrantes danzaban en círculos sobre mi cabeza, sus cuerpos eran translúcidos, como si estuvieran compuestos de pura luz. De repente, una voz, suave pero decidida, resonó en el aire, surgiendo de la nada. «¿Qué haces aquí?» Me volví, tratando de localizar a su emisor, pero no vi a nadie. Fue en ese instante que un ser se materializó ante mí. No era humano, aunque su forma recordaba vagamente a una persona, su piel era plateada y sus ojos reflejaban la luz como espejos. No parecía ser ni un amigo ni un enemigo, simplemente emanaba una curiosidad intrigante «Soy Lupercio», fue lo que dijo el ser. «Este es el Mundo Espejo, donde se reflejan todas y cada una de las decisiones que tomas en tu vida de una forma que no puedes llegar a imaginar». Confuso intenté hacerme a la idea de sus palabras. Lupercio me aclaraba que cada persona que terminaba aquí tenía que enfrentarse a una decisión importante, algo que jamás había tenido en cuenta en su vida, que nunca tuvo que considerar. En mi caso, el dilema era claro: elegir entre quedarme aquí, donde todo parecía perfecto y lleno de posibilidades infinitas, o regresar a la vida habitual, con sus problemas y limitaciones, pero también con lo que conocía. Un escalofrío recorrió mi espalda.
El Mundo Espejo me estaba ofreciendo una vida libre de preocupaciones, en la que podía empezar de nuevo, pero ¿realmente quería dejar atrás todo lo que había conocido? ¿Estaba dispuesta a arriesgar todo lo que suponía ser yo por una vida sin certezas? Miré a mi alrededor, como si la existencia de una respuesta correcta pudiese ser susceptible de ser vista, pero, todo estaba en silencio. Lupercio estaba ahí, esperando, pero no insistía. Finalmente, tras un profundo suspiro, decidí. «Regresaré», respondí. En el acto, la puerta que había abierto volvió a aparecer frente a mí otra vez. La luz deslumbrante de la montaña desapareció, y el paisaje variaba una vez más a un parque habitual. Cerré los ojos, respiré profundamente, y cuando volví a abrirlos, ya estaba de regreso en mi propio mundo. Lo que sentí, lo primero que sentí, fue una extraña entrega de paz, como si las decisiones que había tomado aquí me obsequiaran con una nueva percepción sobre lo que verdaderamente importa. Ahora sabía que, aunque la vida fuese incierta y repleta de retos, cada momento tiene un valor único, y no siempre se requiere de un mundo perfecto para conseguir la dicha.
Aquella puerta extraña ya no existía, y aunque ignoraba si pudiese volver a encontrarla, lo que sí sabía era que, en alguna parte, aquella alternativa iría a estar siempre a nuestra disposición: una recordación continua de que los derroteros que elegimos, constituyen nuestra vida, y que lo inesperado tiene mucho que proporcionarnos.