El Umbral del Eco

 

En medio de un paseo nocturno, tropecé con una puerta solitaria en mitad del bosque. Era de madera vieja, pero al tocarla, un eco resonó: «Atrévete.» Al abrirla, me encontré en un pasillo interminable lleno de espejos. Cada uno mostraba versiones distintas de mí: joven, anciano, feliz, triste. 

El aire era denso, impregnado de un aroma dulce y desconocido, como flores marchitas mezcladas con humo. El suelo crujía bajo mis pies, como si estuviera hecho de vidrio fino. A medida que avanzaba, los reflejos comenzaron a moverse por su cuenta. 

En uno, vi cómo me levantaba triunfante sobre una multitud; en otro, estaba solo, llorando bajo la lluvia. Cada imagen despertaba emociones que parecían desgarrarme desde adentro. ¿Eran estos reflejos posibilidades, recuerdos o simples ilusiones? Al final del pasillo, una figura oscura esperaba. Su silueta era borrosa, como si estuviera hecha de humo que se disipaba y recomponía constantemente. «Elige un reflejo y será tu destino,» dijo con una voz que resonaba como un coro distante. «Pero recuerda: no todos los destinos conducen a la felicidad.» 

Miré cada espejo con más atención. En uno, mis ojos brillaban con determinación mientras lideraba un grupo hacia lo desconocido. En otro, mi rostro estaba marcado por arrugas profundas, pero mis labios formaban una sonrisa de paz. Había también espejos que mostraban versiones de mí que me llenaban de terror: un tirano cruel, un ser solitario consumido por la oscuridad. 

El tiempo parecía detenerse mientras decidía. La figura oscura comenzó a acercarse, y con cada paso, el aire se volvía más pesado. «Rápido,» dijo, «o el reflejo te elegirá a ti.» 

Finalmente, me acerqué al espejo donde mis ojos brillaban con determinación. No era perfecto, pero sentía que esa versión de mí podía enfrentar cualquier adversidad. Extendí la mano y toqué el cristal. Este se hizo líquido bajo mis dedos, envolviéndome en una sensación de frío intenso.

 Cuando abrí los ojos, estaba de nuevo en mi cama. Mi reflejo guiñó un ojo y susurró: Te he estado esperando… Esto es solo el comienzo. 

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