La Puerta de los Ecos

Un martes cualquiera, mientras regaba las plantas en el pequeño jardín de mi casa, noté algo que no había estado allí antes: una puerta de madera oscura, incrustada en la pared lateral del jardín, donde solo había ladrillos hasta la noche anterior. La madera estaba marcada por runas que parecían susurrar al viento. No había pomo, solo un leve brillo azul en su centro, como si me invitara a tocarla.

La curiosidad pudo más que el temor. Al posar la mano sobre el brillo, la puerta se abrió sin esfuerzo, revelando un paisaje que no podría haber imaginado ni en mis sueños más delirantes.

El aire era denso, con un aroma a hierbas dulces y tierra húmeda. El cielo no era azul, sino un mosaico cambiante de colores: dorado, índigo y esmeralda. A mi alrededor, árboles colosales se alzaban, con hojas que parecían estar hechas de cristal. Cada paso que daba sobre el suelo musgoso emitía un eco que regresaba en forma de melodía. En la distancia, escuché risas, pero no había nadie a la vista.

Mientras avanzaba, una figura emergió entre los árboles: una criatura alta, con ojos que parecían contener constelaciones enteras. Su voz no salía de su boca, sino que resonaba directamente en mi mente.

—Bienvenida, viajera. Has cruzado a la Dimensión de los Ecos. Aquí, cada acción, pensamiento y palabra tiene consecuencias. ¿Eres digna de quedarte?

Antes de que pudiera responder, el suelo se abrió bajo mis pies y caí en una cámara subteránea. La única salida era un puente angosto que cruzaba un abismo. Sobre el puente, una balanza flotaba en el aire, con un lado cargado de piedras negras y el otro completamente vacío. Una voz susurró:

—Si deseas regresar a tu mundo o permanecer aquí, debes equilibrar la balanza con tus recuerdos.

Mi mente se llenó de imágenes: la risa de mi madre, tardes de lluvia con un libro, el abrazo cálido de un amigo. Cada vez que liberaba uno de esos recuerdos, sentía que una parte de mí desaparecía, pero la balanza comenzaba a nivelarse. La tentación de quedarme era enorme; este mundo era hermoso y lleno de posibilidades desconocidas. Pero, ¿podía abandonar todo lo que me había formado?

Cuando coloqué el último recuerdo sobre la balanza, esta se equilibró. La voz regresó, ahora con un tono solemne:

—Has elegido regresar, pero no sin un precio. Al cruzar la puerta, tu mundo nunca será el mismo.

Cuando desperté en mi jardín, la puerta había desaparecido. Pero algo había cambiado. El cielo era más brillante, los sonidos más intensos, como si el mundo que conocía hubiera sido renovado. Y, de vez en cuando, al estar sola, escucho ecos de risas y músicas lejanas, recordándome que aquel lugar sigue esperando, del otro lado de una puerta invisible.

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