Me encontraba en mi propia casa, en el sótano que rara vez visitaba. Estaba buscando una caja de recuerdos que mi abuela me había dejado. Mientras movía las cajas y los objetos almacenados, mi mano tocó algo extraño. Era una puerta, oculta detrás de una estantería. Me pareció imposible, ya que estaba seguro de que no había ninguna puerta allí.
La curiosidad me invadió, y decidí abrir la puerta. Al hacerlo, me encontré con un paisaje completamente desconocido. Era un mundo de colores vivos y extraños, con árboles que parecían cristal y un cielo que cambiaba de color cada segundo.
Me sentí mareado y desorientado, pero decidí explorar este nuevo mundo. Caminé durante horas, sin encontrar a nadie ni nada que me diera alguna pista sobre dónde estaba. De repente, escuché un ruido detrás de mí. Me di la vuelta y vi una criatura que parecía un dragón, pero con escamas de colores que brillaban como diamantes.
La criatura se acercó a mí y habló en un idioma que no entendía. Pero de repente, pude entenderlo. Me dijo que era un guardián de este mundo y que debía decidir si quería quedarme aquí o regresar a mi propio mundo.
Me sentí confundido y asustado. No sabía qué decidir. Pero entonces, la criatura me mostró una visión del futuro. Vi a mi propio mundo, pero destruido por la codicia y la ambición. Vi a las personas luchando entre sí, sin respeto ni compasión.
En ese momento, supe qué debía hacer. Decidí quedarme en este mundo y aprender de sus habitantes. Quería descubrir cómo podían vivir en armonía con la naturaleza y con ellos mismos.
La criatura sonrió y me dijo que había tomado la decisión correcta. Me dio una mano y me llevó a un lugar donde podía aprender y crecer. Me sentí renovado y listo para enfrentar los desafíos que se avecinaban.
Al regresar a mi propio mundo, me di cuenta de que todo había cambiado. La puerta oculta había desaparecido, pero yo había cambiado. Tenía una nueva perspectiva sobre la vida y una determinación para hacer que mi propio mundo fuera un lugar mejor.