Un llamado a Mamá

Los pasos siempre al compás del viento, el sonido de las gotas al caer de las copas de árboles retumbaba en el bosque, un lugar al que solo iban los incrédulos de la vida y la muerte, aquellos que el silencio los apaciguaba y el ruido los atormentaba. Así somos nosotros, que infinitamente extrañamos a mamá. Aún recuerdo su hermosa voz llena de ternura. Al llegar a casa, siempre nos recibía con una taza de té, mermelada y galletas hechas de café recién horneadas. Nos sentábamos en la mesa junto con mi hermana Violeta, la cual preguntaba por el secreto de tan maravillosa mermelada; mamá respondía que cuando fuera más grande se lo contaría. Eso esperanzaba a Violeta cada día. 

Las mañanas eran la mejor parte del día, ya que mamá salía al bosque a recoger ingredientes para hacer mermelada y venderlas. Es por ello que la casa era para nosotros solos. Con mi hermana imaginábamos que detrás de la puerta color azul de la habitación mamá había un castillo lleno de flores rojas y negras, porque al pasar por ahí se impregnaba un olor a flores. Cuando escuchábamos el crujir de las escaleras, corríamos inmediatamente a nuestra habitación, porque mamá nos tenía prohibido acercarnos a su habitación. La razón no la sabíamos, pero lo importante era hacer caso, si no los cálidos abrazos de mamá se transformaban en una dolorosa agonía por la falta de aire. Mi hermana aún no estaba acostumbrada a recibir los castigos, era muy pequeña para entenderlo. 

Cuándo era la hora de la cena, en la mesa habitualmente había una mermelada diferente, cada una con un aroma distinto que me recordaba a cada niño del pueblo en que vivíamos. No era fácil para ella capturarlos y quitarles una parte de ellos, ya que luego tenía que deshacerse de cada cuerpo o dejarlos cubiertos de miel para que no perdieran su dulzor junto a las mezclas de frutas, las mermeladas eran un éxito. Por eso, cada día tocaban la puerta llamando a mamá para que vendiera sus famosas mermeladas. 

Este pequeño secreto solo lo sabíamos mi madre y yo, ya que pronto abriremos una pequeña tienda llena de estos exquisitos productos es por eso que mamá planificó sacar una mermelada que combinara todos aquellos sabores especiales que, como decía ella, un sabor «De mis entrañas”. Era perfecta, sería la última vez que mamá cocinaría. Días después se puso manos a la obra en esta ocasión me llevó a mí también al bosque; era la primera vez que lo hacía, ya que comúnmente los dormía a todos ella sola. Me dijo que tendría que aprender para que el negocio continuara. 

Mientras íbamos caminando, mamá le dijo a Violeta que era el gran día, que después de tanta espera podría saber cuál es el secreto de tan deliciosa mermelada. Antes de eso, le pidió que por favor se parara frente a ese árbol roble y que contara hasta diez con los ojos cerrados. Rápidamente sacó un pequeño pañuelo junto a una navaja y en un parpadeo, la vi en el suelo.

La verdad no me lamentaba porque pude haber sido yo, pero tuve buena suerte, ya que ella nació y mi destino cambió. Cuando llegamos a casa, subíamos aquellas escaleras con dirección a la habitación de mamá. Con voz baja me dijo: «Hoy sí podrás entrar, hijo mío. De hecho, ahí nos está esperando tu padre, que de ahora en adelante estará junto a tu hermana». Esa imagen me petrificó la mente: unos huesos en una esquina de la cama, rodeados de flores y frutas. Mamá me contó que mi padre tenía un sabor indescriptible que le recordaba a su propio padre. 

Esto era una tradición familiar que a mí me tocaría algún día hacer con mi propia madre. Es por eso que me explicó todo antes de la última preparación, mamá dijo que no sintiera culpa, ella estaba lista para ser un ingrediente, el mejor de todos. Me entregó doce frascos: diez de ellos llenos, los últimos los llenaría de ella y mi hermana para completar la receta total del producto. Mamá recomendó que no me quedara más de dos días en este lugar, porque pronto todos se darían cuenta. Aquel día en el que debía sacrificar a mi madre llegó. Sus últimas palabras fueron: «Nunca dejes de responder a mi llamado. 

Te estaré observando todo el tiempo. Sé un buen hijo. Te quiere, mamá». Y con eso clavé exactamente la misma navaja que un día utilizó con mi hermana. Desde entonces, solo vago por el bosque buscando nuevos ingredientes para completar la última receta.

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